Casi todos eran hombres en sus 30 y 40 años. Residentes de lo que en Argentina se conoce como una "villa miseria", barrios pobres en las afueras de Buenos Aires. La mitad de los 23 fallecidos no llegó a un hospital. Dos murieron en la vía pública.
El perfil de las víctimas de la cocaína adulterada que ha causado alarma en Argentina refleja, según expertos consultados por BBC Mundo, la difícil situación que viven algunas personas en el país.
Argentina es hoy, según datos de la ONU, el tercer país donde más cocaína se consume en América, después de Estados Unidos y Uruguay.
Es también el tercer país del continente en el que más alcohol se bebe y el primero en consumo de psicofármacos o medicamentos que afectan el desempeño mental y emocional.
"Somos un país de consumo de sustancias", dijo Carlos Damin, médico con especialidad en salud pública y toxicología. "Hay una gran cultura de automedicarse y una gran cultura de someter el cuerpo".
Los detalles de la emergencia actual aún están por esclarecerse, pero las autoridades sospechan que una lucha entre bandas dedicadas al narcotráfico en el conurbano bonaerense llevó a una de ellas a introducir un opiáceo llamado fentanilo en la cocaína.
La cocaína es un alcaloide cuya materia prima es la hoja de coca que se trata con distintos químicos para convertirla en clorhidrato de cocaína o rendirla.
En todo caso, detrás del drama de la cocaína adulterada hay una crisis de salud pública.
Aumento del consumo en un país en crisis
Argentina nunca ha sido un país productor de sustancias ilegales, pero sí ha destacado durante años como uno de los mayores consumidores de América.
"En 7 años se triplicó el consumo de marihuana y se duplicó el de cocaína, somos la sociedad que más temprano consume alcohol: el 54% de los jóvenes de 12 a 17 años lo hace", destaca Damin, citando la última encuesta especializada y estatal en el tema, de 2017.
"Nunca hemos sido un país productor, pero sí un gran consumidor", acota Esteban Wood, experto en drogas y políticas públicas.
"Pero por eso mismo, nos quedamos empantanados en la discusión de si éramos país de tránsito o no, y olvidamos que había que hacer una serie de políticas para evitar la llegada del narcotráfico, que inevitablemente va de la mano con la demanda".
El experto explica que políticas más ambiciosas de prevención del consumo, educación de los consumidores y rehabilitación de los adictos bastarían para prevenir episodios como el de la cocaína adulterada.
La Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar), reclama el especialista, ha ido perdiendo competencias durante los últimos años, entre ellas el control de los precursores químicos.
El aumento del consumo, que se disparó durante la pandemia, se da en una sociedad donde la pobreza ha crecido durante los últimos 40 años -hoy casi la mitad de los argentinos son pobres, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec)- y la gente ha tenido que sufrir traumáticas crisis de hiperinflación.
Los expertos encuentran alguna relación entre la crisis económica y el aumento del consumo de psicofármacos y psicoactivos, aunque también atribuyen relevancia a las crisis de los sistemas de educación y salud, que pasaron de ser de los más democráticos y desarrollados de la región a tener índices tan negativos como los del resto de países.
La llegada del narcotráfico
El boom de las drogas en Argentina, explican, ha dado con la emergencia de pequeñas bandas de narcotraficantes encargadas de la importación y la distribución de drogas en el país. Argentina comparte una porosa frontera con uno de los mayores cultivadores de hoja de coca del mundo, Bolivia, y con el mayor productor de marihuana de Sudamérica, Paraguay. Y es una potencia en la producción de fármacos en la región, una industria legal que, no obstante, suele ser salpicada por lógicas ilegales, como ocurrió entre 2003 y 2008 con el caso de contrabando de efedrina, un competente médico que se usa para la producción de éxtasis y metanfetamina y fue sujeto de un enorme escándalo que llegó a cuestionar a prominentes miembros del entonces gabinete presidencial de Cristina Fernández. Esto se da en una nación federal donde la justicia y la policía están profundamente fragmentadas y en algunos casos afectadas por arraigadas estructuras de corrupción, como detalla un reciente informa de la OEA sobre la corrupción estructural en el país.
La ciudad de Rosario, de hecho, lleva una década conviviendo con una ola de violencia que contrasta con la realidad del resto del país: mientras que en la tercera ciudad más importante del país la cifra de homicidios por cada 100.000 habitantes es de 16,4, el promedio nacional es de 5,3.
La ola de violencia en Rosario no se explica solamente por el narcotráfico, señalan los expertos, porque además de esto se trata de una ciudad estratégica geográficamente, con altas tasas de pobreza y una crisis en el acceso al mercado laboral. Sin embargo, Rosario es sede de los principales carteles de narcotraficantes que operan en el país, hasta el punto de que ha sido catalogada por algunos como la "Sinaloa del Cono Sur". La situación en el conurbano de Buenos Aires, donde ocurrió el caso de la cocaína adulterada, no es muy distante a la de Rosario, entre otras cosas porque el 51% de su población es pobre y un 15%, indigente.
"El consumo de drogas como la cocaína está en todos los niveles sociales, ricos y pobres", dice Wood. "Pero es innegable que los pobres consumen cocaína de peor calidad y están en una situación mucho más vulnerable social, económica y sanitariamente".